La Columna de José G. Martínez Fernández.
Escribo esta nota desde el sentimiento más profundo. Hace poco más de dos semanas un irresponsable conductor atropelló, en Coquimbo, a don René Palma Bravo, padre de mi gran amigo René Palma Arqueros. Un hombre que amaba la libertad y la cultura.
Muchos caminos hacen una amistad y la mejor de ellas se mantiene por el respeto a las ideas diversas y al alto planteamiento de ellas.
Conocí a René Palma Arqueros hace pocos años aquí en la capital. Ex universitario, había sido alumno del poeta Sergio Hernández, un gran amigo de Neruda (quien prologara uno de sus libros) y –por esos azares de la vida- mi amigo fue a Inglaterra donde conoció a otro amigo mío: Sergio Vásquez Osorio, director de varios documentales.
Dialogante e inteligente con René se puede conversar de letras, de arte y de historia. Es un hombre cultísimo.
Un día, de hace pocos años, su padre decidió irse a vivir a Coquimbo por el clima, por la tranquilidad, por los recuerdos.
Vendió su casa en el centro de Santiago y todo el grupo familiar se trasladó a esa ciudad.
El día de la madre llamé para saludar a las madres de esa casa y me encontré con la noticia dolorosa que don René Palma Bravo había sido atropellado ese mismo día.
Inmediatamente se me vino a la mente el recuerdo de ese caballero que había conocido casi al pasar. Un caballero. Quieto, pausado, suave en el hablar. Un señor que transmitía un signo de tranquilidad con su conversación. Un hombre que amaba lo que nosotros amamos: la libertad de pensamiento, la literatura, la cultura.
Preocupado por ese hecho llamé otra vez al día siguiente y René hijo me señaló que su padre había sido sometido a dos operaciones en la noche del accidente, que estaba grave y que su madre había permanecido, junto a otro familiar, en el hospital durante toda la noche.
Cuando llamé días después (jueves) supe que don René Palma Bravo había fallecido el mismo lunes o el martes.
La muerte es así. No respeta a seres humanos de alta sensibilidad, ni a los que respetan a sus semejantes como lo hacía él. Pero aquí la causa de muerte es por la irresponsabilidad de un sujeto.
Y ahora me llegan noticias más terribles. La justicia no hace su papel como debiera. La muerte de don René Palma Bravo tiene un culpable, un chofer que corría como suelen hacerlo los criminales del volante y en plena ciudad.
Hay varios testigos.
Aunque algunos creen en la justicia divina, yo apelo a la condena terrenal. No es justo que un hombre bueno, un ser humano íntegro, haya sido muerto por un irresponsable.
Recién acabo de llamar a su casa –y habiendo pasado dos semanas de su muerte- he encontrado muy vivo el dolor de su esposa. Si las llamadas leyes están para determinar penas, que lo hagan.
Muchas veces se habla contra el caos. Castiguemos el desorden, se dice…
¿Y quién castiga a los criminales del volante? Ya Herbert Marcuse –el genio del pensamiento contemporáneo- planteaba el caos que significa que conductores irresponsables sean verdaderos asesinos.
Asesinos que deben pagar con sus bienes los daños causados, con cárcel y con el finiquito de sus licencias.
Bachelet dijo que se aplicarían leyes más drásticas a esos conductores. Que el verbo se vuelva carne: es decir realidad. Que el parlamento prenda las luces a esta búsqueda de terminar con la brutalidad en las calles y caminos de Chile. Que los diputados y senadores voten YA esas leyes o sino que lo ciudadanos, llegado diciembre, los castiguen a ellos por no dictarlas.
Yo digo que hay que hacer justicia a don René Palma Bravo…Aquí y ahora…
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