Escrito por Carlos Salas Lind
En una elección dominada por candidatos que adhieren, en mayor o menor grado, a los mismos lineamientos económicos (en el caso de Chile, el mantenimiento de una economía abierta), la percepción que los electores indecisos se formen de ellos, podría ser determinante a la hora de definir su voto. Obviamente, esta percepción aumenta en importancia si una contienda electoral, como las elecciones presidenciales de Diciembre, promete ser muy competitiva.
El año 2005, cuando las encuestas solo entregaban a Piñera la tercera opción (después de Michelle Bachelet y Lavín), el exitoso empresario logró desplazar al candidato de la UDI, persuadiendo a un segmento de electores moderados que normalmente no votaban por la Centro-Derecha. Con un mensaje efectivo, sencillo y ameno, Sebastián Piñera consiguió consolidarse como una opción real, forzando, incluso, a la Concertación a posponer las celebraciones de victoria para una segunda vuelta.
Sin embargo hoy, en una posición mucho más privilegiada, el candidato único de la coalición por el cambio se preocupó, personalmente, de poner una nota de mayor suspenso al resultado de unas elecciones que ya han comenzado a polarizar a la opinión pública.
La innegable cercanía programática con sus más cercanos contendores apelaba, nuevamente, a un estilo auténtico, plasmado en un mensaje sólido que reafirmara el inicio de la transición al cambio. En otras palabras, Piñera requería de un discurso que invitara a la renovación, al relanzamiento de un proyecto nacional que inauguraba el término de las dos décadas de historia de la Concertación.
Lo que observamos, en cambio, fue un esquema predecible, falto de retórica e ideas que evidenciaran un desarrollo, un salto cualitativo durante la espera de cuatro años. Algo tenso y con poca naturalidad, el candidato de la oposición parecía preso de esquemas basados en estrategias comunicativas de dudosa calidad.
Por lo visto, se confirmaría, una vez más, que no es muy ventajoso posicionarse como el favorito (y con tanta antelación), en una carrera que amenaza con dejar ‘numerosos heridos’ entre los que resulten derrotados. A primera vista, esa sería la conclusión más inmediata que podría sacarse del poco provechoso debut protagonizado por Sebastián Piñera, en el primer debate de cara a las elecciones presidenciales de Diciembre.
En estas circunstancias, debe haber resultado menos tranquilizador observar la endeble disposición del candidato de la Centro-Derecha, ante el certero, pero predecible golpe del candidato de la Concertación. En esta ocasión, Piñera perdió el debate porque su mediocre presentación terminó marcada por una interpelación que contribuye a mantener presente viejos cuestionamientos a su integridad e imagen. Por cierto, ese instante debería remecer la confianza de quienes desean creer que la apetecida promesa del cambio bastaría para ‘desalojar’ a un adversario desgastado, pero aún formidable.
Como consuelo, los adherentes de la Alianza cuentan con más oportunidades para constatar si el traspié de su representante podrá ser contrarrestado con intervenciones más alentadoras en los siguientes debates presidenciales. Y para tranquilidad de sus partidarios más desilusionados, la poca fructífera participación del candidato de la Coalición por el Cambio, por lo menos no sirvió para pavimentar el camino ‘al estrellato’ de su más serio contendor.
Al contrario, mucho indica que la audacia de Frei, de citar un informe internacional de transparencia (demasiado oportuno y ‘justamente’ de cuestionable transparencia), ya estaría neutralizando sus ganancias a corto plazo. Importante, entonces, tener en cuenta que el estilo confrontacional de Frei podría terminar dañando (e irremediablemente), la imagen de prudencia que debe caracterizar a todo líder que ya ha ocupado la más alta magistratura del país.
Probablemente, algo rescatable para los ansiosos por el cambio, porque a pesar de la débil intervención de Piñera, Frei tampoco ganó un debate monótono que no estuvo a la altura ni en su organización ni desarrollo.
En realidad, la noche de los favoritos terminó convirtiéndose en la velada de los que sueñan con el otro cambio: el fin del monopolio electoral de las dos grandes coaliciones.
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